Hola! Este sitio está destinado a acompañar mis mates de las 6 de la tarde (generalmente a las 6, pero el horario puede ser otro sin alterar sustancialmente el asunto), con música, reflexiones, y algún que otro comentario...en fin, lo que me parezca de alguna utilidad...







sábado, 30 de abril de 2011

Ernesto Sábato

Tal vez a nuestra muerte el alma emigre:
a una hormiga,
a un árbol,
a un tigre de bengala;
mientras nuestro cuerpo se disgrega
entre gusanos
y se filtra en la tierra sin memoria,
para ascender luego por los tallos y las hojas,
y convertirse en heliotropo o yuyo,
y después en alimento del ganado,
y así en sangre anónima y zoológica,
en esqueleto,
en excremento.

Tal vez le toque un destino más horrendo
en el cuerpo de un niño
que un día hará poemas o novelas,
y que en sus oscuras angustias
(sin saberlo)
purgara sus antiguos pecados de guerrero o criminal,
o revivirá pavores,
el temor de una gacela,
la asquerosa fealdad de comadreja,
su turbia condición de feto, cíclope o lagarto,
su fama de prostituta o pitonisa,
sus remotas soledades,
sus olvidadas cobardías y traiciones.

Ernésto Sábato

viernes, 29 de abril de 2011

Eloisa to Abelard - Alexander Pope (fragmento)

  How happy is the blameless vestal’s lot!
  The world forgetting, by the world forgot.
  Eternal sunshine of the spotless mind!
  Each pray’r accepted, and each wish resign’d.


Alexander Pope, Eloisa to Abelard
 Traducido queda algo como ésto:

  “Qué gozosa es la virginal suerte del inocente
  olvidando el mundo por el mundo olvidado.
  Eterno resplandor de una mente sin recuerdos
  por cada plegaria aceptada, cada deseo abandonado”


 
Es el fragmento que da nombre a la película "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos", con Jim Carrey y Kate Winslet, dirigida por Michel Gondry

Del Humor - Samuel Schkolnik

Del Humor

Lo que llamamos realidad se halla aureolado de lo que, sin ser real, constituye algo así como su atmósfera. En esa región se encuentra lo posible, sin ser empero un hecho; lo que no puede ser señalado con el dedo por ser abstracto, o futuro, o pasado, y sólo puede entonces captarse mediante una representación; lo que no sólo no está dado, sino que es exactamente lo contrario de lo dado, pero por eso mismo configura una evocación inevitable; lo que, en una palabra, sin ser real, es "casi" real.
Nótese que "casi" real no se reduce a la pura irrealidad: un círculo cuadrado, una montaña infinita o un hombre inmortal no cuentan en su ámbito. Éste, sin bien "irreal", es fronterizo de la realidad. Y como la comprensión de toda la realidad exige la percepción de sus límites, cabe afirmar que sólo comprende los hechos quien es capaz de aprehender ese medio amniótico de "no hechos" en que aquéllos se bañan.
La ciencia, la filosofía, la literatura de ficción, la poesía, son capaces de iluminar la realidad precisamente porque tienden a ir más allá de los hechos crudos, por su aptitud de sumirse en esas aguas nutricias de las que las puras cosas emergen, aquí y allá, como cristalizaciones.
Pues bien, el humor -aunque ello no siempre resulte evidente- pertenece a la familia de aquellas ilustres actividades del espíritu, productoras todas de alguna clase de teoría de la realidad.
El motivo que impide percibir ese parentesco es que el humor forma parte de todo aquello que, en los negocios ordinarios de la vida, "no va en serio", pero de buenas a primeras lo humorístico no ha de tomarse literalmente; su letra no es la de la prosa en que se componen los asuntos corrientes de las personas. Un contrato no se redacta ni se firma en broma, no es un chiste pagar impuestos ni cumplir horarios. Por otra parte, es arduo avistar una semejanza entre el humor y unos menesteres que, como la filosofía, la ciencia, y la poesía, comercian sin conflicto en registros del espíritu de los que lo humorístico se halla por completo excluido, a saber: la solemnidad, el duelo, la melancolía. Cuando se celebra misa, cuando se entona el himno nacional, cuando se comunica un pésame, conviene abstenerse del humor.
¿Por qué nos empeñamos en sostener, entonces, que el humor es pariente de aquellos oficios "teóricos"? Pues porque creemos poder identificar el modo en que la mirada humorística aprehende la realidad y, si no erramos en nuestra creencia, resultará que ese modo es análogo al de aquellas actividades "serias", aunque -como esperamos mostrar- lo es en sentido contrario.
En efecto, hemos dicho que las cosas reales se hallan como suspendidas en un medio de "no cosas", o de cosas virtuales, que ejercen una gravitación sin la cual la realidad no podría ser comprendida. Esa gravitación obra de dos sentidos: por una parte, atrae a las cosas hacia un ser más que lo que son, las impulsa hacia la unión con otras mediante la que agrandarían su entidad; por otra parte, retrae las cosas hacia un ser menos que lo que son, las disuelve en sus componentes de menor valía. He aquí que de alguien que no conocemos nos dicen que es abogado; podemos entender que es un profesional de las leyes y por ende de justicia, una persona habilitada para llegar a ser nada menos que juez. Pero también podemos entender que es un diestro en expedientes tribunalicios, acaso un picapleitos no ajeno a vaya uno a saber qué manejos. La primera perspectiva exalta el rasgo percibido vinculándolo con los valores superiores mediante los cuales los portadores de ese rasgo definen su propia realidad; nos dicta locuciones como: "El letrado Juan Ramírez, doctor en leyes". La segunda perspectiva mengua los quilates del rasgo percibido, alumbrando sus aspectos turbios y arruinando sus pretensiones de grandeza; nos dicta frases ingeniosas como: "El letrado Juan Ramírez, abogado pero honesto". En cuando a la realidad misma, es seguro que se halla en algún punto comprendido entre las posibilidades extremas que captan una y otra manera de mirar.
El ejemplo dado es generalizable a todos los asuntos humanos, los únicos que constituyen la materia del humor. (Como se sabe, cuando éste parece versar de la naturaleza, a la manera de las fábulas, se trata de una adjudicación de atributos humanos a los animales o a las plantas).
Ahora bien, mientras la ciencia y la filosofía comprenden la realidad desde su concepto, esto es, otorgándole el crédito necesario para elevarse al orden abstracto de las definiciones (que las cosas, de hecho, nunca alcanzan), y mientras la poesía va más lejos aún, para expresar el anhelo de universo que late en el alma de los objetos, el humor en cambio delata lo humilde de su condición, lo ridículo de una solicitud de crédito presentada por lo que es tan poca cosa.
Así, la antropología o la sociología, definiendo el matrimonio, dirán algo como: "Institución que regula la actividad sexual de los individuos, estabilizándola en vista de la reproducción de la especie y de la socialización de la progenie"; "nupcias perennes de los cuerpos y las almas", dirá la poesía; "helado sepulcro de la pasión", comentará el humor.
Éste, en suma, pertenece al género de las actitudes que contemplan los hechos desde cierta distancia; su gesto fundamental es "teórico", pero en vez de observar hacia arriba observa hacia abajo, donde aparece la diferencia entre lo que las cosas son y lo que afectan ser; donde las cosas, en fin, muestran su hilacha. La súbita percepción de la hilacha de las cosas es lo que dispara la carcajada, o la risa, o la sonrisa, según la calidad de la mirada humorística.
Porque es claro que las formas del humor configuran una escala, en cuyos peldaños inferiores hallamos la mera burla, la comicidad de bufón, mientras que en los grados superiores nos las habemos con la ironía que capta verdades sutiles y profundas, y que no carece de un matiz de compasión, o de simpatía, para con aquello que le mueve a sonreír.
Si lo que llevamos dicho es verdad, se comprenderá fácilmente porqué el humor ha sido siempre uno de los medios más eficaces para poner en tela de juicio cualquier orden social o político. Puesto que su mirada es intrínsecamente crítica, bastará con que se dirija a un sistema de costumbres, o de valores, o de poderes, para que se reduzca al absurdo la justificación que de sí mismos dan tales regímenes. La más disolvente crítica de las ideologías es, por eso, la que recurre al sentido del humor. Recíprocamente, donde éste termina, "comienza el campo de concentración", según aseveraba E. Ionesco.
¿Por qué, sin embargo -salvo el caso de despotismo absoluto o de estupidez extrema- el humor es tolerado, y aun requerido? Pues porque, a diferencia de otras actitudes críticas, como la del grave filósofo que nos endilga sermones sobre los males del mundo, hay en el humor un aire de levedad -de gracia, precisamente- que suscita inmediatos efectos terapéuticos. Los trabajos que forzosamente sobrellevamos por causa de los conflictos inherentes a los vínculos que nos ligan con nosotros mismos y con los demás, hallan alivio en el gesto o en el dicho que declara esas contradicciones, y al declararlas, nos las pone fuera, como si nos purgara de ellas. Y, puestas a distancia, no nos pesan ya con la fuerza del drama ni nos hieren con el filo de la tragedia. Lenitivo y analgésico del espíritu, el humor es un artículo de primera necesidad.
Sus propiedades higiénicas pueden verificarse sencillamente en ocasión de la política y de los velorios, circunstancias que -de no mediar la faena de los humoristas -sólo serían fuente de tribulaciones.
La República Argentina ha sido pródiga en la generación de excelentes profesionales del humor, tal vez en virtud del cuasi teorema según el cual la calidad de los humoristas de una nación varía en razón inversa de la de sus gobernantes. (Un caso límite es el que se presenta cuando los gobernantes resultan ser los peores posibles; en ese caso los extremos se tocan, los gobernantes se constituyen ipso facto en los mejores humoristas, y no hay muestras de humor más meritorias que la sola repetición de sus dichos).

Samuel Schkolnik, Parker 51 

domingo, 10 de abril de 2011

Álvaro de Campos

En la noche terrible, sustancia natural de todas las
             noches,
En la noche de insomnio, sustancia natural de todas mis
             noches,
Recuerdo, velando en modorra incómoda,
recuerdo lo que hice y lo que podría haber echo en la
             vida.
Recuerdo, y una angustia
se derrama por mí como un frío del cuerpo o un miedo.
Lo irreparable de mi pasado: ¡ése es el cadáver!
Todos los otros cadáveres quizás sean ilusiones.
Todos los muertos quizás estén vivos en otra parte.
Todos mis propios momentos pasados quizá existan por
             ahí,
en la ilusión del espacio y del tiempo,
en la falsedad del devenir.
Pero lo que yo no fuí, lo que yo no hice, lo que ni
            siquiera soñé;
Lo que sólo ahora veo que debería haber hecho,
lo que sólo ahora claramente veo que debería haber
            sido...
Es lo que está muerto más allá de todos los Dioses,
eso -y fue al fín lo mejor de mí- es lo que ni los
            Dioses hacen vivir...

Si a cierta altura
hubiese doblado a la izquierda en lugar de hacia la
            derecha.
Si a cierta altura
hubiese dicho sí en lugar de no, o no en lugar de sí.
Si en cierta conversación
hubiese tenido las frases que sólo ahora, en el
            entresueño, elaboro...
Si todo eso hubiese sido así,
sería otro hoy, y tal vez el universo entero
sería llevado insensiblemente a ser otro también.

Pero no doblé hacia el lado irreparablemente perdido,
no doblé, ni pensé en doblar, y sólo ahora lo percibo.
Pero no dije no o no dije sí, y sólo ahora veo lo que no
             dije.
Pero las frases que faltó decir en ese momento me
             surgen todas,
claras, inevitables, naturales,
la conversación cerrada concluyente,
la materia toda resuelta...
Pero sólo ahora, lo que no fué, ni será hacia atrás, me
             duele.

Lo que de veras fallè no tiene ninguna esperanza
en ningún sistema metafísico.
Puede ser que para otro mundo pueda llevar lo que
             soñé,
¿Pero podré llevar para otro mundo lo que me olvidé de
             soñar?
Esos sí, los sueños por tener, son el cadáver.
Lo entierro en mi corazón para siempre, para todo el
             tiempo, para todos los universos.

En esta noche donde no duermo, y el sosiego me cerca
como una verdad de la que no participo,
y allá fuera la luna, como la esperanza que no tengo, es
             invisible para mí.


Álvaro de Campos (Fernando Pessoa)