I
Solo los niños.
Desde el banco de la plaza,
bajo los tonos,
primogénitos del crepúsculo,
las palomas se alejan,
yerguen sus alas,
indiferentes.
Ella las ve, y vuela (él no).
No distingue aún
lo sido y lo visto.
Ella vuela,
él, desde el banco de la plaza
respira hondo,
y la pena se asienta, lentamente
sobre el sueño fruncido.
Ella, con ternura,
sin decir nada
lo mira (desde el aire)
lo abraza (con la brisa)
lo abarca (con su aroma fresco)
lo inunda (con su amor).
Él la necesita,
para respirar, por fin,
puro,
ella, mientras pueda,
será la Musa
que lo hará recordar,
que se puede volar con las palomas,
que se puede aún querer,
y abrazar, y abarcar todo
como el viento.
Manuel Ferreira, Escritos
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